El crecimiento del PIB español podría alcanzar el 2,2% en 2019 y el 1,9% en 2020, algo por debajo de lo previsto hace tres meses (2,4 y 2,0% respectivamente). De cumplirse este escenario se crearían alrededor de 630.000 puestos de trabajo en el conjunto de los dos años y la tasa de paro se reduciría hasta el entorno del 12% a finales del siguiente año. Se prevé que los salarios empiecen a aumentar consistentemente por encima de la inflación (2,1% y 2,3% en 2019 y 2020 respectivamente). Este escenario se da en un entorno donde se espera una recuperación progresiva de la demanda global, la prolongación del tono expansivo de la política monetaria, el mantenimiento de precios del petróleo relativamente bajos y la resolución favorable de distintos focos de incertidumbre. En todo caso, y a pesar de la revisión de las perspectivas de crecimiento a la baja, el sesgo sobre las previsiones sigue siendo negativo, ya que los riesgos continúan siendo numerosos y la probabilidad de que ocurran algunos va en aumento, especialmente a partir del 2S19 y 2020
El crecimiento global se ha ralentizado en los últimos meses más de lo esperado, reforzando los temores sobre una brusca desaceleración de la actividad económica. En este entorno, la Fed y el BCE han cambiado su hoja de ruta y han anunciado nuevas medidas de estímulo monetario. Esta reacción de las autoridades económicas en las principales economías favorece una moderación más suave del crecimiento mundial hacia adelante. Sin embargo, una pérdida imprevista del dinamismo de la economía China, una nueva ola de medidas proteccionistas o una salida desordenada del Reino Unido de la Unión Europea, entre otros riesgos, podrían desencadenar escenarios más negativos.
A la ralentización de la actividad global han contribuido una serie de factores, especialmente: i) la desaceleración estructural de la economía china ahora que ha dejado de aumentar su endeudamiento; ii) el proteccionismo comercial; iii) en Europa, la elevada incertidumbre, así como algunos eventos específicos, y probablemente temporales, como los efectos de la nueva normativa europea sobre emisiones en el sector automotriz; y iv) la moderación cíclica de EE.UU., en un contexto en que pierden fuerza los efectos del estímulo fiscal. Los factores detrás de la desaceleración mundial han afectado a la actividad, fundamentalmente, a través de las exportaciones y el sector manufacturero. Esto, por ahora, se ve compensado por el consumo privado, que se mantiene relativamente robusto, apoyado en el dinamismo de los mercados laborales y una inflación acotada.
El deterioro de las perspectivas sobre la actividad global y la asociada reducción de las expectativas de inflación, junto con el tono más cauto de los bancos centrales, han generado una fuerte caída de la rentabilidad de los bonos a 10 años de EE. UU. y Alemania, respaldando la visión de que permanecerán en niveles significativamente bajos, por un largo período de tiempo. Este ajuste ha favorecido el aplanamiento de las curvas de rendimiento, lo que ha originado dudas sobre si están descontando una mayor desaceleración. En todo caso, el giro de la Fed y del BCE hacia una política monetaria más acomodaticia, y cierto optimismo de cara a los resultados de las negociaciones comerciales entre EE. UU. y China, han apoyado a los mercados bursátiles. De todos modos, si la actividad económica sigue decepcionando, difícilmente los mercados financieros podrán mantener su recuperación. Finalmente, respecto a la volatilidad bursátil, lo más probable es que se mantenga relativamente acotada en los próximos meses, con un VIX en un rango entre 15-18, apoyada en el discurso cauto de los bancos centrales, y por debajo de los niveles registrados en los últimos meses del año pasado.
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